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martes, 11 de octubre de 2011

Trenes

Hay trenes que pasan una vez en la vida. Generalmente son trenes que dejamos escapar por diversas razones. Unas veces, pasan en el momento menos indicado de nuestras vidas, no es el momento y no lo cogemos. Otras, estamos esperando en el andén que no es, le vemos pasar y no nos damos cuenta de que ese tren que no han anunciado por megafonía era el nuestro. En ocasiones, sin embargo, estamos montados en otro tren. Llegamos a una parada y vemos como el otro tren, más destartalado, menos confortable y mucho menos apetecible se para al lado del nuestro. Es feo, está sucio y descuidado, pero tiene algo. Apartamos la mirada pero nos ha hipnotizado. No sabes qué es pero te llama, te llama a salir de tu vagón calentito, levantarte de tu asiento blandito y dejar ese tren tan perfecto. Pocos, muy pocos, son los que se atreven a bajar y embarcarse en la aventura de coger un tren que no saben a donde les va a llevar, que por su aspecto, lo más probable es que se salga de la vía y acabes lastimado. Yo me atreví, yo viajé feliz en el otro tren y salí con heridas cuando descarriló. Atreveros a salir de la comodidad de vuestro tren y explorar nuevas vías, las heridas acaban curando.

Existen otros trenes, lo que ves pasar 4-5 veces. Creo que son los menos importantes. No nos van a reportar un cambio como el que nos puede aportar el que pasa una sola vez, pero no son lo suficientemente constantes como para seguir pasando por nuestra vía. Será un cambio pequeño, pero si a la quinta vez deja de pasar, será que no lleva nada importante.

Finalmente, tenemos los que pasan 30 veces o incluso 35. Que pasen tantas veces no quiere decir que sean peores. Ocurre que, después de verlos pasar tantas veces, pensamos que no merecen la pena o que, ya que están pasando continuamente, si no cogemos este, ya cogeremos el siguiente. Pero, hay un problema, hasta los trenes que parecen no acabar nunca llega un momento en el que dejan de pasar, y la cara de tontos que se nos queda esperando ese tren que pensábamos tener para siempre cuando decidiéramos cogerlo es jodidamente épica. Ya no está. Y ahí será el momento en que dejemos de verlo cada día y nos arrepentiremos de no haberlo aprovechado cuando lo tuvieramos. Quizás son los trenes más fáciles de coger, o quizás los más difíciles. No esperéis eternamente a coger ese tren. Pero tampoco hagáis pasar vuestro tren eternamente por la vía de otra persona.

Los grandes cambios son más difíciles de llevar a cabo, pero los pequeños, por ser pequeños, no son más fáciles. Es más, estos últimos suelen reportar más alegrías.

Mi tren está pasando.

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